Sólo se ceñía su frente con coronas de hojas.
José Sellés-Martínez
La imagen que encabeza esta nota era impensable en los Juegos Olímpicos antiguos. No sólo porque la fotografía no existía por aquellos lejanos tiempos, ni porque los mismos no incluían la natación en ninguna de sus infinitas variedades actuales, sino porque – simplemente- los griegos no daban medallas a los atletas que triunfaban en los juegos deportivos. Los triunfadores debían conformarse con una corona de hojas…
Ya fueran los Juegos Olímpicos que se celebraban en la ciudad de Olimpia en honor de Zeus; los Nemeos, en las proximidades de la ciudad de Cleonas; los Ístmicos que se desarrollaban en el santuario dedicado a Poseidón en el Istmo de Corinto, o los Píticos, que tenían lugar en el santuario dedicado a Apolo en Delfos, en ninguno de ellos se otorgaban premios con valor material destacable.
Eran el honor y la fama las retribuciones que recibían los competidores en estas competiciones panhelénicas de las que podían participar todos los ciudadanos griegos y que se celebraban a intervalos regulares. Honor y fama nada despreciables si tenemos en cuenta que muchos de ellos eran elevados a la categoría de héroes al regresar a sus ciudades de origen y se hacían estatuas con su figura y se escribían odas elogiosas y, finalmente, se llevaba un registro que hoy, casi 2800 años después de los primeros juegos olímpicos documentados, nos permite conocer sus nombres. Se entregaban coronas relacionadas con las tradiciones y las plantas vinculadas a los diferentes dioses y santuarios. Es así que en Olimpia se hacían con ramas de olivo de los bosques del monte Cronio; en Delfos se hacían de laurel, el árbol de Apolo; en los juegos Nemeos se entregan coronas hechas de apio fresco y en los Ístmicos se entregaron coronas de pino o de apio seco, según las épocas.
La excepción que confirma la regla…
En la ciudad de Atenas, donde se encuentra el santuario de Atenea, se desarrollaban los juegos denominados Panatenaicos o Panateneas, que tenían lugar todos los años con una celebración excepcional cada cuatro. Estos juegos, como los anteriores, si bien tienen un comienzo histórico fechado, esconden su verdadero origen en celebraciones provenientes de tiempos más antiguos pero, a diferencia de aquéllos, en este caso los vencedores sí recibían premios valiosos: las coronas estaban realizadas en oro y a ellas se unían premios en dinero, animales o ánforas conteniendo aceite proveniente de los olivos sagrados de la región. Junto a estas últimas recibían también una ornamental, de las cuales se han conservado muchas y que son una fuente documental invalorable, ya que en ellas consta el nombre del campeón, su especialidad y el año del evento. Al estar delicadamente decoradas, estas ánforas suministran importante información gráfica acerca de los diferentes deportes.