Artículo publicado en el Diario Clarín el viernes 22 de diciembre...

Como sociedad, asiduamente pasiva, quejosa -no sin razones que lo justifiquen con creces- y poco dispuesta a protagonizar ejerciendo nuestras competencias y responsabilidades ciudadanas, nos asemejamos a aquél conocido episodio en el que el profesor tomando un examen le entregó a los alumnos una hoja en blanco con un punto negro en el medio. Les dijo, ante el estupor de los estudiantes: la prueba consiste en que describan lo que ven. Todos, sin excepción, escribieron refiriéndose al punto negro con las más estrambóticas y rebuscadas interpretaciones. Nadie reparó en el blanco de la hoja, en su anchura y longitud. Como nos acontece a menudo en la cotidianeidad se detuvieron sobre lo pequeño y subalterno.

Transitamos nuestra existencia sin valorar lo bueno y positivo que ella nos ofrece como oportunidad. La vida no puede ser un permanente pasaje incierto ni con ausencia de mañana. Lo sombrío fisura las ilusiones y las utopías se ausentan generando una agobiante sensación de desasosiego.

La Navidad, para los creyentes y también para quienes no adhieren a ninguna tradición religiosa, nos brinda la posibilidad de revisarnos. Es una época del calendario propicia para que la luz se imponga disipando las sombras y la oscuridad consecuente. Atrevámonos a hacer el esfuerzo de encontrarnos con nosotros mismos y luego con los demás, comenzando por los más cercanos. No transitamos por este mundo en soledad. Somos en la medida que nos reconocen y reconocemos al otro, al prójimo. Caminamos juntos y nos necesitamos mutuamente. Es una etapa del año para zamarrear nuestra modorra y convertir el pesimismo no en un optimismo artificialmente eufórico ni desmedido sino en un desafío: ser partícipes conscientes y activos en la construcción de un mundo menos desigual.

Que el orbe está convulso, nadie moderadamente equilibrado podría negarlo. Que la Argentina padece recurrentes y severos problemas, tampoco resistiría sensatas opiniones en contrario. En todo caso, variarían los matices del peritaje ante el sinnúmero de opiniones diversas que emergerían. Que la dirigencia política, doméstica y planetaria por igual, desconcierta por su liviandad y fracasos no puede sorprendernos. Los resultados están a la vista más allá de efusivas promesas repetidamente incumplidas. ¿Cómo, sino, explicar en nuestra geografía la magnitud de la pobreza que acongoja? Cuando los políticos abusan pormenorizando las bondades del futuro, generalmente es porque no saben qué hacer con el presente.

En la Argentina vivimos un continuo porvenir venturoso. No deja de ser un infortunio por cuanto nos acerca peligrosamente a la hipocresía. Ahora bien, ese escenario es el que nos ha reservado la historia. El reto es enfrentarlo y contribuir a mejorarlo. El solo hecho de proponérnoslo sería un logro significativo y tendría un saludable efecto contagio. ¡Iluminemos el horizonte con la luz de la esperanza!

Norberto Rodríguez es secretario general de la Asociación Cristiana de Jóvenes/YMCA.

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