Transitamos tiempos tormentosos donde abundan el desconcierto, la incredulidad, la violencia y la desigualdad. Todos tenemos algo que ver con lo que sucede...

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...A la vez, se nos presenta la posibilidad de participar de la utopía de promover cambios positivos y orientados a la amistad social.

Claro, es un reto por cuanto se requerirá templanza, paciencia, perseverancia y comprensión. Los valores éticos y el esfuerzo por humanizar nuestras relaciones deben ganarle al desencanto y la desesperanza.

En ese marco, la Semana Santa, más allá del contenido religioso para los cristianos, constituye para el conjunto de la sociedad, independientemente de la tradición espiritual a la que cada uno adhiera, e igualmente para los que no se vinculen a ninguna, un momento propicio para la introspección profunda.

Esa que nos conduzca a modificar comportamientos y actitudes en pos de una comunidad que vaya caminando sin pausa hacia la inclusión, sabiéndonos todos parte de un mismo destino.

Pensar al otro es una forma concreta de hacer pertinente la convivencia. La tragedia de la pobreza y la indigencia debe desafiarnos a encarar acciones correctivas conducentes. La desconfianza se arraiga cuando la palabra se trivializa y las promesas se incumplen con el desenfado propio de la irresponsabilidad.

Convirtamos la famosa grieta en crisis. Ésta significa, esencialmente, oportunidad. Aprovecharla requiere del compromiso de la ciudadanía. Convoca a los dirigentes a exponer grandeza, en especial a los de más alta obligación por sus funciones. Éstos, en los edificantes casos en que lideren proyectos focalizados en dejar atrás infortunios que laceran, están desafiados a demostrar entrega y a aceptar hasta el sacrificio del olvido.

Más allá de la “posverdad”, de la euforia sin esperanza, de las batallas sinsentido, producto del egoísmo egocéntrico; superando los intereses y el marketing de ocasión, y evitando banalizar el diálogo convirtiéndolo en un juego perverso donde simulamos escuchar y luego, como corolario, continúa la nada.

Concentremos las energías en construir viaductos que nos acerquen, en escuchar y respetar la diversidad de opiniones y miradas, en dejarnos permear por las mejores propuestas sin el consabido intento de hegemonizarlas (vicio recurrente de la dirigencia política), en hacer de la articulación estado-sociedad civil-empresa una práctica permanente y virtuosa, en inspirar una educación de calidad y con igualdad de oportunidades para los más débiles.

Sobre esto último, ¿no sería el momento de impulsar un foro -con rigor conceptual y sin actores ausentes- que se sumerja en las honduras del tema para que emerja una política educativa inclusiva, moderna y ambiciosa? Abandonemos el apego a la prestidigitación y sentemos los pilares del pensamiento sistémico. Y, finalmente, rescatemos el mérito del silencio, mucho más elocuente que la atormentada verborragia vacía y estéril.

Norberto Rodríguez es secretario general de la Asociación Cristiana de Jóvenes/YMCA.