Por Luis Zamar
Confiamos en que hayan disfrutado nuestras dos entregas anteriores de “Frases con historia”. Y si bien dicen que “la confianza mata al hombre”, también se da que la confianza vivifica la fe. Institucionalmente tenemos fe que estos sencillos aportes, podrán ayudarlos en algún momento, a quitarle tiempo al aislamiento social obligatorio.
Chaucha y palito
Es una frase originalmente nacida en el campo argentino. Traducía la idea de un escaso beneficio económico, obtenido por una actividad cualquiera. El palito es el que viene con la yerba; un desperdicio que le quita el sabor esperable del mate. También la chaucha tiene un historial de descrédito. Poco tenida en cuenta como alimento, la “judía verde”, como la llaman en España, nunca gozó de buena prensa. En tiempos de la Colonia se dio el sobrenombre de chaucha a una moneda de poco valor (de allí nos quedó aquello de “comprar por unas chauchas”). Y al individuo con fama de tonto, se lo trataba de chauchón. Chaucha y palito es la suma de dos pequeñeces. Algo así como poco y nada. Posteriormente, el saber popular le adicionó una interpretación inversa y beneficiosa para el protagonista: el haberlo conseguido por “chaucha y palito”, o sea una baratija.
Comerse un garrón
Garrón es el espolón del ave y también parte de la pata de las reses, contigua a la pezuña y por donde se cuelgan después de faenadas. Se trata de algo inútil para el consumo e imposible de tragar. La frase comerse un garrón surgió en nuestro campo y se incorporó después al lenguaje de entrecasa para atribuírsela a alguien que está pasando o por pasar, una situación desagradable o adversa. También a una expresión carcelaria que implicaba sufrir una condena, por culpa de otros. En base a esta frase se popularizaron otros términos como “¡que garrón!” para describir una situación problemática, o “garronero” para mencionar a la persona que siempre pide las sobras en los asados para sus perros, o para quienes nunca pagan nada o son los últimos en hacerlo. O “garronear”, por pedirle a los demás y así poder vivir sin ningún esfuerzo.
Como bola sin manija
Usadas primero por los indios, las boleadoras fueron para el gaucho un arma contundente y un elemento de trabajo para cazar guanacos y avestruces. Se componían de dos o tres bolas de cuero, sujetas por tiras del mismo material de unos dos metros de largo. La manija de la boleadora es la bola menor, la que empuña quien se dispone a hacer el tiro y lanzarlas. Lo cierto es que si a una boleadora le falta la manija, sale disparada sin ningún tipo de precisión. Quien anda en esas condiciones, está destinado a la desorientación y el vaivén, y para quien lo está viviendo, es estar pasándola mal, pues está en una situación donde no sabe qué hacer, ni para dónde ir. Del mismo modo, decir que alguien “está boleado”, significa que no sabe para dónde va, ni qué le pasa. Pero si eso mismo alguien lo dice por otra persona respecto a su tarea, puede esconder algo de crítica, ya que está comentando que no es efectivo en lo que tiene que resolver, o que está completamente perdido en su accionar.
Como turco en la neblina
La frase es producto de una serie de cambios y derivaciones que comienzan cuando en España se llamó turca, a la borrachera y al vino puro, sin añadido de agua, se lo denominaba tanto vino moro como vino turco, por no estar “bautizado”. En consecuencia, las mamúas tomaron el nombre de turcas. De allí viene la primera parte de la expresión en su forma original: “agarrarse una turca”. Lo que siguió se debe exclusivamente a la picardía criolla. ¿Quién puede hallarse más confundido, que un borracho que se pierde en la niebla? El pasaje de con la turca al actual como turco, lo realizó espontáneamente el uso popular. Y así el turco entro derecho a la neblina, dando lugar a una pintoresca expresión, que vale para cualquiera que ande muy desorientado, por más sobrio que esté.
Dar la lata
Como existen varias versiones, comenzaremos con un poco de historia: aunque estemos hoy habituados a asociar las latas con el metal y las conservas, lata era para los romanos un palo grueso o un tablón de madera. Por su peso y contundencia tomo el sentido metafórico de algo capaz de aturdir, difícil de soportar. Allí tenemos la primera coincidencia en lo general: algo difícil de soportar. Luego, al inventarse la hojalata, ésta sumó el ruido de dicho material, a las connotaciones anteriores. Desde entonces “lata”, tomó también el significado de cosa que estorba, como los envases vacíos y sin uso determinado. El latero o latoso paso a ser parte contaminante del ambiente social. Roberto Arlt le dedicó integra una de sus “Aguafuertes porteñas”, que con acierto se titula “Psicología simple del latero” y dice: resulta absurdo que un tipo de esta clase, tenga siempre un stock de pavadas para desembaular; agregando más adelante: en cuanto suelta la lengua, se olvida de que existe el tiempo y el aburrimiento, abusando de la palabra y resultando una molestia y un fastidio.
Otra versión hace referencia al tubo de lata que portaban viejos soldados. En ellos se guardaban papeles que demostraban sus hazañas bélicas, o acreditaban el buen servicio prestado a la patria (allá por el siglo XVII). Este tubo de lata era infaltable cuando visitaban los despachos de sus superiores en busca de alguna pensión o compensación económica (por los servicios prestados y por las secuelas que estos les habían dejado en sus cuerpos). La visita no era propensa a un gran recibimiento. La expresión “dar la lata”, en cualquiera de sus acepciones, deja claro que alguien está causando molestia y fastidio por estar hablando continuamente de cosas sin importancia, y sin que nadie les haya preguntado. Quien no pasó por la experiencia de tratar de evitar en algún momento, un parloteo trivial e intrascendente en una cola del supermercado, al subir a un taxi, en un festejo, o en una sala de espera. ¿Ud. no?
Que disfruten esta entrega y ¡los esperamos en la próxima!