Por Luis Zamar
Nos adentramos en la 8va. edición de “Frases con historia”. Gracias por interesarse en su lectura. Confiamos en que, finalizada la cuarentena, tendrán un cuantioso archivo al cual recurrir en futuras reuniones sociales. Viniendo al caso, por “estar” en cuarentena, se nos ocurrió una andanada de frases que comienzan con el mencionado verbo. Ahí, van.
Estar con luna
Cuando una persona usualmente tranquila, aparece un buen día en estado evidente de enojo e irritación, es común decir que ese individuo “anda alunado, o con luna”. Las caídas periódicas en el pésimo humor fueron atribuidas desde tiempos inmemoriales, al influjo lunar. Así como la luna obra sobre las mareas, se suponía que, por oscuras razones astrológicas, las fases de nuestro satélite alteraban a cierta gente. Los griegos, achacaban a la diosa Selene los ataques de los epilépticos, y los romanos, acuñaron el término lunaticus (lunático) para quienes sufrían ataques de locura intermitente. En la Edad Media se creía que dormir a la luz del plenilunio, era exponerse a pesadillas diabólicas y a trastornos mentales (mi abuela, también lo creía). De allí viene la expresión moonstruck (golpeado por la luna) que los ingleses deparan a los chiflados. Pero “estar con la luna”, no supone esos extremos. No pasa de un estado de mufa, nada fácil de soportar para quienes tratan con el alunado. Aunque sea a pleno sol, o en las noches en la que la plateada Selene brilla, pero por su ausencia.
Estar en babia
Babia es un territorio montañoso al noroeste de España, en la provincia de León. Allá por los siglos XI o XII, cuando León era un reino, los monarcas tenían en ese sitio su residencia de descanso, a la que habían dotado de todos los lujos y comodidades, introducidos por los árabes en la Península: baños, fuentes, espléndidos jardines, etc. Cuando la Corona corría peligro o querían evitar asuntos fastidiosos, los reyes se refugiaban allí, pues era un sitio idóneo como lugar de reposo, donde refugiarse y distraerse de los farragosos problemas de la Corte. A los súbditos que acudían a la Corte con alguna demanda, los servidores reales tenían orden de contestarles “los reyes están en Babia”. De allí que el dicho paso a cobrar el significado de estar distraído, o ausente.
Estar en capilla
Hace quince siglos un trozo de capa (cappella, en latín) dio origen a esta frase. La prenda pertenecía a un soldado llamado Martín, nacido en Europa Central en el año 330. Se hallaba con las legiones romanas asentadas en Galia, cuando un día de pleno invierno le salió al paso un mendigo semidesnudo. Martín partió en dos su capote militar y le cedió la mitad. Esa noche vio en sueños a Jesús, llevando la media capa. La visión lo indujo a abrazar la fe católica y tomar los hábitos. El exsoldado llegó a obispo. Fue canonizado como San Martín de Tours, y su trozo de capa fue conservado como reliquia, en un santuario erigido a tal fin. El sitio que fue la primera capilla, da nombre ahora a muchos oratorios que no alcanzan la jerarquía de iglesia. O bien, a ciertas iglesias que se alzan en instituciones o lugares privados, y que por lo general son muy pequeñas.
La expresión “estar en capilla” nació en las prisiones, y se aplicaba al reo en la noche que procedía a su ejecución. No es precisamente estar sentado cómodamente en un lugar religioso, orando o esperando que un sacerdote oficie misa. Es estar en una situación de espera, previo a alguna prueba definitoria, con los nervios que eso lleva. También se puede utilizar para referirse (como lo hacía mi abuela), a una situación en la que la persona ha tenido determinada conducta, por la cual es observada muy atentamente, presagiando que si lo repite puede verse recriminada o castigada.
O sea que cuando alguien está “en capilla”, si reza, es para pedir ayuda para afrontar lo que se viene.
Estar en el séptimo cielo
La expresión idiomática de estar en el séptimo cielo se utiliza para indicar que alguien se siente muy feliz o está muy a gusto en un lugar o ante una situación.
La idea del séptimo cielo como culminación de todos los deseos y alegrías, surge de la creencia mahometana en siete cielos. El primero, morada de Adán y Eva, es de plata pura y en el resplandecen todas las estrellas, con un ángel que tutela cada una. El segundo es de oro y constituye el reino de Jesús. En el tercero, de perla, se lleva el registro infinito de los que nacen y los que mueren. El cuarto, de oro blanco, alberga al Ángel de las Lágrimas, que llora sin cesar por los pecados de los hombres. El quinto cielo, también de plata, es la sede el Ángel de la Venganza, cuyo trono se alza en medio de las llamas. El sexto está empedrado de rubíes y esmeraldas y lo habita un ángel –mitad nieve, mitad fuego- cuya misión consiste en custodiar la Tierra y el cielo, de los seres humanos. El séptimo cielo de los mahometanos escapa a cualquier descripción, porque está hecho de pura luz divina. En él reside una multitud de ángeles enormes. Cada uno de ellos tiene 70.000 cabezas, y con sus 70.000 bocas canta al Altísimo en 70.000 lenguas distintas. Oro, plata, fuego, nieve, rubíes, estrellas, esmeraldas, y un coro de ángeles… Es fácil entender por qué los enamorados, aseguran sentirse en el séptimo cielo.
Estar en la luna de Valencia
Como muchas ciudades de la Edad Media, Valencia estaba rodeada por una muralla en cuya parte exterior, había emplazada una fortificación en semicírculo, conocida como luna en términos militares. Al caer el sol, las puertas de la ciudad quedaban cerradas y quien llegaba despistado después de esto, debía pasar la noche fuera de ella. No le quedaba otro refugio, que el de ese bastión. “Quedarse (o estar) en la luna de Valencia” se convirtió así en equivalente de quedar chasqueado, sin poder cumplir un determinado propósito, con la consiguiente desorientación que ello supone. Existe otra versión del dicho, relacionada con el puerto valenciano. Por la precariedad de su muelle, los barcos debían esperar a que la marea les resultara favorable, lo que sucedía de acuerdo con el régimen lunar. Quien se hallaba en esa situación flotaba sin rumbo y despistado, hasta que las condiciones fueran apropiadas. Estaba pues sujeto a la luna de Valencia.
Una última versión, lo hace más sencillo: la luna es blanca y por tanto, estar en blanco sería como estar en la luna. Lo de Valencia se habría añadido posteriormente para adornar la expresión.
Para finalizar, va una “yapa” (obsequio que el comerciante daba al cliente luego de su compra, como atención, o gesto de amabilidad por su fidelidad), con esta frase del lunfardo:
Bardo
Esta voz comenzó a utilizarse en la década del 80 y se propagó rápidamente. Incluso con su verbo derivado, bardear. Se aplica para indicar la ocurrencia de problemas, líos, desorden o embrollos. Para algunos es una especie de “lunfardo del lunfardo” porque se trata de una simplificación del término balurdo, otra locución coloquial que tomamos del italiano (balordo: necio o tonto). Así que están avisados: la próxima vez que digan que algo “es un bardo”, sepan que alguien venido del otro lado del océano, puede interpretar también que se refieren simplemente a una tontería.
¡Los esperamos en la próxima! Si les gustó, no olviden de invitar a un amigo/a. Si no les gustó, está en Uds. la elección.