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Frases con historia

Por Luis Zamar

Y, ¿qué tenemos para comenzar esta edición? Vamos a volver al lunfardo y los argentinismos. Seguramente, algunos les servirán para conocer sus orígenes, y otros, para enterarse de su existencia. Aquí va un resto de ellos, y luego algo de clásico.

Bondi

¿Saben de dónde proviene el término bondi? Curiosamente, esta palabra viajó para llegar a nosotros. A fines del siglo XIX, los pasajes de tranvía en Brasil llevaban escrita la palabra Bond (bono en inglés). Por eso, las clases populares comenzaron a referirse al tranvía como bonde (en portugués la “e” suena como nuestra “i”). A partir de entonces, el recorrido del vocablo fue directo a que la trajeran los italianos que llegaban desde Brasil y, cuando el tranvía dejo de funcionar en Buenos Aires, se convirtió en sinónimo popular de colectivo.

Cambalache

Es el título del emblemático tango escrito por Enrique Santos Discépolo en 1935. Pero ¿saben que significa exactamente esta palabra? Originalmente deriva del verbo cambiar, y en nuestro país se utilizó para nombrar a las antiguas tiendas de compraventa de objetos usados. Este es el sentido que se le da en el tango, cuando dice: “igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches, se ha mezclao la vida, y herida por un sable sin remache, vi llorar la biblia junto al calefón”. Por eso, el significado se transformó en sinónimo de situación donde predomina el desorden, o mezcla confusa de objetos. En general su uso, es despectivo.

Cana

Existen diferentes versiones para explicar cómo surgió este vocablo, que en lunfardo significa unívocamente policía. Una dice que proviene de la abreviatura de canario, que se empleaba en España para designar a los delatores, aunque la historia más extendida lo ubica en el idioma francés, del término canne, y alude al bastón que portaban los agentes del orden.

Para Arnulfo Trejo, cana como sinónimo de cárcel, es palabra usada en toda América Latina, aludiendo al proceso de encanecimiento del cabello que sufren los presos, mientras están encarcelados. Localmente, otros creen que la cuestión se relaciona con la ubicación del Departamento Central de Policía en la Ciudad de Buenos Aires. Cuando en noviembre de 1888 se inauguró el palacio que hoy ocupa la manzana de la avenida Belgrano, en Monserrat, la zona no estaba muy poblada. Es más, cuentan que todavía por allí había algunos bañados llenos de juncos y que ese mimbre salvaje solían usarlo algunos artesanos del lugar para fabricar, entre otros artículos, algunas canastas. Por eso, cuando alguien era detenido y llevado al Departamento Central, era que había “caído en canasta”, y que eso derivó en “caer en cana”. Claro que también están los que buscan la referencia con un anclaje más periodístico. Son quienes citan una de las históricas Aguafuertes Porteñas que Roberto Arlt escribió en 1929 para el diario El Mundo. Allí Arlt menciona a un comisario de apellido Racana, quien atemorizaba con sus razzias a los muchachos que jugaban al fútbol en calles y potreros, algo que no era bien visto. Y que el grito “rajemos que viene Racana”, terminó como que había que escapar de “la cana”. ​Como sea, cana pasó a nombrar a la policía y, más tarde, se empleó como sinónimo de cárcel (ir en cana). Hoy también se utiliza la expresión “mandar en cana” para decir, con picardía, que dejamos a alguien en evidencia.

Canillita

Nos adentraremos un poco en su origen. El 11 de enero de 1868 el Dr. Manuel Bilbao produjo un hecho que bien puede considerarse revolucionario para el periodismo.

Hasta esa fecha, los diarios llegaban a sus destinatarios por suscripción a través del correo, o bien se los compraba en la misma imprenta. Pero a partir de entonces, cuando aparece el diario "La República", fundado por el propio Bilbao, junto a Alejandro Bernheim, se sorprende el ciudadano al escuchar por primera vez en las calles céntricas, las voces de algunos muchachos pregonando: ¡La República, a un peso! Y no sólo aparece el vendedor ambulante de diarios (como ya era costumbre en Nueva York y otras ciudades del mundo), sino también el impacto de una importante rebaja y noticias frescas. El éxito fue notable y rápidamente imitado por los colegas. La innovación trascendió las fronteras, llegando inclusive a Francia.

Lentamente se fueron instalando puestos callejeros fijos, y rápidamente creció el número de muchachos ágiles y resistentes para correr las calles, para dar cuanto antes el impacto de las noticias, muchas veces exageradas o a medias inventadas. Los muchachos vieron copada su actuación con la abundante presencia de niños; era época de miseria, de falta alarmante de puestos de trabajo y los pequeños daban la posibilidad a tantas familias, de tener unos centavos más de ingresos. Además, eran requeridos porque eran más rápidos y arriesgados que los de mayor edad. Un nuevo personaje se había incorporado al paisaje de la ciudad de Buenos Aires y del interior del país. Pero el vendedor de diarios callejero no tenía aún un nombre que lo distinguiera de manera especial. Para ello hubo que esperar hasta el año 1904, en el cual el escritor uruguayo y radicado en Buenos Aires, Florencio Sánchez, habiendo viajado en 1902 a Rosario para asumir como redactor del diario La República, escriba una pieza teatral de un acto con tres cuadros, siendo el personaje principal, un niño vendedor de diarios. Solo le faltaba el título y en su búsqueda, cierto día se sintió conmovido por uno de los vendedores rosarinos de piernitas muy delgadas, y ¡Eureka!, espontáneamente le surge la palabra canillita, denominando así a su obra. La repercusión de "Canillita" supero lo esperado, las críticas fueron altamente elogiosas y los "diarieros" rápidamente se identificaron con dicho nombre. En 1947, treinta y tres años después de la muerte del escritor, se instaura el 7 de noviembre, Día del Canillita.

Gil

A la hora de dirigirse a alguien en forma peyorativa, gil es una de las expresiones preferidas por los argentinos. La palabra describe a una persona considerada incauta, tonta o sin importancia (por uno de sus actos: no seas gil, o en forma permanente: ése es un gil). Algunos sostienen que proviene de perejil, ya que deviene de muchos años atrás, cuando la hortaliza era tan barata, que los verduleros directamente la daban como “yapa” (regalo), cabiendo reconocer, que gran parte del significado etiquetado, se parece. Sin embargo, el origen hay que buscarlo en el caló, que es la variedad de romaní que hablaban los gitanos de España. Ellos empleaban el término jili, que significaba “inocente, cándido”. De allí derivó la voz española gilí, que quiere decir “tonto, lelo”. De todas formas, hoy día en Argentina y especialmente Buenos Aires, tanto “gil” como “perejil” pueden aplicarse con idéntico sentido.

Hacer sapo

En el juego del sapo, introducir un tejo en la boca de ese animal permite anotarse un buen tanto. No se entendería, a primera instancia, por qué la expresión del título denota un fracaso. La explicación está en la frase original, que es pisar el sapo. En España se aplica a la persona distraída que, por no fijarse bien en lo que hace, se expone a equivocarse, como quien, sin darse cuenta, pisa un sapo al caminar. En nuestro país y por contagio con el juego tradicional, pisar se trasformó en hacer. Pero el sentido del dicho se mantuvo. Mientras en el juego hacer sapo es un acierto, en la vida supone una contrariedad y un error. ¡Pero ojo!, hay dichos fáciles de confundirse con otros, por su expresión bastante similar, pero no ser exactamente de igual significado. Lo vemos en tragarse un sapo. Aquí se quiere representar una situación en la que una persona debe, obligatoriamente, atravesar y soportar una circunstancia muy desagradable, aceptando algo de mala gana. Esto puede ocurrir en el trabajo, en la vida afectiva o en la vía pública. Más allá de dónde ocurra y cuán grave sea el caso, la idea de tragarse un batracio supone una acción tan poco deseable, que la metáfora aparece como difícil de superar o confundirse. O sea que, en algunos casos, no es lo mismo Catalina de Médici, que Qué me decís, Catalina.

Hacerse la rata

En una de sus Aguafuertes porteñas, la titulada “Los niños que nacieron viejos”, Roberto Arlt habla sarcásticamente de los chicos de conducta impecable, que nunca se rebelan y que jamás faltan a clase sin motivo. ¡Nunca se hicieron la rata, ni en la escuela ni en el Nacional!, se indigna Arlt. “Hacerse la rata”, como ratearse, son expresiones argentinas que derivan de su similar española “hacerse la rabona”, también usada aquí. Equivale a volver las espaldas (el rabo) a una determinada obligación, y muy especialmente, a las tareas del aula. Entre nosotros, rabona se convirtió en ratona primero, para dar lugar enseguida a ratearse o hacerse la rata. Frases todas que tienen el sentido de escurrirse furtivamente, para refugiarse como los ratones, en una cueva simbólica, un parque, un café y a veces la propia casa. Otra frase equivalente de los españoles es “hacer novillos”. Y también “fumarse la clase”. Aquí el dicho se aplica también a la oficina: decir, por ejemplo, que Fulano está ausente con aviso, suele enunciar en forma algo más decorosa, el hecho simple y puro de declarar un feriado personal. En pocas palabras: ratearse del trabajo.

Hip, hip, hurra

Por haber escuchado siempre este dicho en ocasiones deportivas escolares y sociales, siempre pensé que tenía su origen exclusivo en ello. Grande fue mi sorpresa cuando tuve conocimiento, que una antigua versión remonta el origen de esta exclamación, a la época de las Cruzadas. Según ella, proviene de la frase latina Hierosolima est perdita (Jerusalén está perdida), palabras que los caballeros teutónicos gritaban a los infieles, para intimidarlos y forzarlos así a renunciar a la ciudad santa. Con las dos letras iniciales de la palabra hierosolima, más la p de perdita, se formó la sigla hip. En cuanto a ¡hurra!, es una interjección que proviene del eslavónico hup-raj, y significa al Paraíso.  El sentido completo de la frase sería, “Jerusalén está perdida para el infiel, y nosotros estamos en camino al Paraíso”. Como dicen los italianos, “se no é vero, é ben trovato” (si no es verdad, está bien encontrado). Sin embargo, a la hora de dar las hurras, a ningún jugador, ni al público enronquecido por el triunfo, (ni a mí), se les ocurrirá pensar en esa historia. Podemos no estar seguros de que el grito de “hip, hip, hurra” tenga algo que ver con los caballeros feudales a la conquista del Santo Sepulcro, pero ¿puede caber alguna duda de que en tales ocasiones, el equipo ganador y su hinchada, se sienten como estar camino al Paraíso?

Hogar, dulce hogar

La frase –home sweet home, en el original- es parte de una canción cuya versión española sería “Por más que crucemos / la tierra y el mar / siempre extrañaremos tan bello lugar: ¡Hogar dulce hogar!”. Pertenece a una pieza teatral estrenada en Londres en 1823. Su autor, John Howard Payne, fue un excelente dramaturgo y actor norteamericano que vivió en Europa. De Payne, es también la letra de esa canción que prendió en los corazones ingleses, en una época en la que las conquistas del Imperio británico obligaban a muchos a dejar su patria, para residir en las colonias. Desde hace 170 años la expresión se repite en todo el mundo. A veces como ironía, cuando la casa se alborota demasiado. Y, con mayor frecuencia, para resumir nuestra añoranza, al sentirnos lejos de la familia y de los objetos queridos. O, al volver a ellos.

Confiando en que estén bien, nos despedimos con nuestro original saludo, ¡los esperamos en la próxima, aún tenemos más!

 

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