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COVID-19: Todos perdemos algo

Por Carlos Salvo

Desde hace más de siete meses el tema recurrente sobre el que recibimos información (¿O desinformación?) por los medios y del cual  todos opinamos y dictamos cátedra de sabiduría, es LA PANDEMIA. Existen tantas opiniones, tantos comentarios y posiciones sobre su origen y la mejor manera de superarla, que a esta altura no sabemos qué hacer.
Lo que debe quedar en claro es que de esta situación nadie gana, TODOS PERDEMOS. Por eso la apelación más sensata es poner en juego la capacidad de adaptación, como lo hemos expresado en artículos anteriores. Y para eso es necesario que todos actuemos con conciencia individual y colectiva. No “queda otra”, como suelen decir los más jóvenes.
En una nota reciente de Fernando Ramos, corresponsal de CNN en Bogotá, refiriéndose al tema expresa: Ha sido como un tsunami silencioso y devastador, arrasando todo a su paso. El covid-19 cambió el mundo tal y como lo conocíamos. Cientos de miles de muertos que no han podido siquiera ser despedidos por sus familiares. Millones de contagiados luchando por su vida en unidades de cuidados intensivos. Médicos, enfermeras y auxiliares en extenuantes y heroicas jornadas en hospitales y otros centros de salud que, en muchos casos, no estaban preparados para la magnitud de la pandemia.
La humanidad ha ido perdiendo muchos privilegios que antes ni siquiera se valoraban en su real dimensión. El valor de las pequeñas cosas. La energía contenida en un abrazo, la alegría de esperar a quien llegaba de viaje en un aeropuerto, pasear tomados de la mano, hacer compras en compañía, bailar por horas en una discoteca, compartir con amigos en un bar, disfrutar de un concierto, estudiar en un salón de clases, exigirse al máximo en una maratón, ejercitarse al aire libre, ir a la playa, disfrutar de una buena cena en un restaurante, ver el estreno de una película en compañía de tu pareja. Lo que era cotidiano ahora parece cosa del pasado.
Millones han perdido sus empleos en todo el mundo. La pobreza y la desigualdad amenazan con llegar a niveles insospechados. Mandatarios abrumados ante la avalancha de reclamos sociales para la subsistencia mínima vital. La movilidad urbana y rural detenida por aire, agua y tierra en muchos países. Mercados de valores en cifras negativas sin precedentes. Empresas declaradas en quiebra y sueños de emprendedores hechos pedazos.
Es una nueva dinámica del comportamiento humano. Rostros cubiertos por tapabocas, gafas y protectores de acrílico. Distanciamiento social y medidas sanitarias e higiénicas extremas. Nada parece ser demasiado para protegerse del contagio. Se ha perdido el contacto directo, las nuevas plataformas de comunicación en línea reemplazan las conversaciones cara a cara. El teletrabajo es ahora la salvación de las empresas que aún tienen cómo pagar los salarios de sus trabajadores.
Un escenario apocalíptico del que apenas comenzamos a ser conscientes. Y aterra el futuro a corto y mediano plazo. Todos aferrados a la esperanza de una vacuna o una cura para detener el contagio masivo.
Los niños y adultos mayores, los más afectados por la cuarentena declarada en los países más golpeados por el coronavirus. Días enteros asomados en una ventana o esperando en un balcón la solución que no llega. Familias separadas y proyectos de vida en modo pausa. Matrimonios aplazados. Y en otros casos, una convivencia -muchas veces difícil- en medio del confinamiento.
El desespero se puede ver en los rostros de quienes quieren volver a abrir sus negocios, sus pequeños comercios, restaurantes, bares y peluquerías. Entre quienes quieren retornar a sus países después de semanas varados en el exterior.
También hay miedo por la incertidumbre del futuro. Grupos de mariachis cantan serenatas frente a edificios de apartamentos para recibir alguna ayuda que les permita seguir llevando comida a sus hogares. Los conductores de vehículos de pasajeros ya no soportan tener sus unidades apagadas y comienzan a protestar para que los dejen trabajar. Los vendedores informales se arriesgan a salir a vender sus dulces, cigarrillos y baratijas para tener algo de dinero y poder subsistir. O te mata el coronavirus o te mata el hambre, dicen.
Todos hemos perdido algo en esta crisis. Muchos ya habían perdido la libertad y están viviendo un verdadero infierno en cárceles en las que hay una verdadera emergencia por los casos y muertes debido al covid-19.
Los gobernantes improvisan, algunos no saben qué hacer. Hay quienes acuden al populismo, otros ocultan las cifras de la dimensión real de la enfermedad en sus países. Muchos ya no tienen presupuesto para seguir dando asistencia humanitaria. Acuden a préstamos ante la banca u organismos internacionales. Endeudan sus países para mitigar los daños colaterales y las consecuencias sociales que traerá el covid-19.
Los jóvenes miran el futuro con pesimismo mientras se refugian en las redes sociales. Algunos encuentran sosiego en los conciertos virtuales gratuitos de sus artistas favoritos. Otros aprovechan el tiempo para estudiar en las múltiples ofertas académicas abiertas y en charlas y conferencias magistrales sin costo.
Y de nuevo vuelven a nuestras mentes, como el ruido de un taladro sobre el pavimento, las preguntas reiteradas: ¿Hasta cuándo estaremos en esta situación? ¿Volveremos a tener una vida como la de antes? ¿Tendremos que convivir por siempre con el covid-19? ¿Seremos mejores seres humanos después de esto?
La pandemia se ha llevado muchas vidas, ha causado mucho dolor, mucha incertidumbre, mucho miedo y temor. También nos ha obligado a reinventarnos, a desaprender y también a desprendernos. A tener paciencia y apreciar el valor del tiempo y de las cosas sencillas. Nos ha obligado a vivir con lo fundamental y también a comprender que nos sobraban muchas otras cosas. Le ha dado otro sentido a la palabra solidaridad y, a muchos, nos ha enseñado a entender que el verdadero sentido de tener el privilegio de estar vivos es compartir y servir.”
Ante este panorama, cabe hacernos la pregunta: ¿Estamos comprendiendo el verdadero y profundo impacto del COVID-19 en nuestra vida? Y fundamentalmente: ¿Qué esperamos para poner en juego nuestra inteligencia y adaptarnos rápidamente?
 
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