Cuando se acerca el 31 de diciembre frecuentemente nos disponemos a intentar un balance del año.

Ese arqueo debería contemplar, prioritariamente, todo aquello que  se relacione con nuestro compromiso desde la óptica humana, es decir la que se aleja de éxitos o fracasos económicos, empresariales, deportivos o de cualquier otra naturaleza.

¿Cómo nos hemos comportado? ¿Qué hemos aportado al bien común? ¿Cómo tratamos a nuestra familia, amigos, no amigos y eventuales adversarios? ¿Cómo vinculamos lo que decimos y pregonamos en términos de sustancia  con nuestras actitudes y procederes concretos? ¿De qué nos arrepentimos genuinamente para mejorar conductas y actitudes de cara al futuro?

La humanización de las relaciones pasa por un momento delicado. El descarte de miles de millones de personas en el mundo, y también en la Argentina, es un infortunio que golpea nuestras conciencias y corazones. En realidad, a algunos pareciera no golpearles tanto porque en tal caso la situación mostraría signos de un horizonte menos brumoso.

Como siempre acontece, a la insensibilidad de los poderosos se contrapone la virtud solidaria y sensible, en general, de los pobres o empobrecidos. En ellos se descubren reservas que sorprenden por su generosidad. No es casual la iniciativa del Papa Francisco de instituir a partir de 2017 la Jornada Mundial de los Pobres, tanto para rescatarlos de las periferias como para reconocerles sus valores y templanza. Estas poblaciones tan castigadas y vulnerables nos enseñan a ver el mundo desde una mirada mucho más realista. La fotografía adquiere mayor nitidez tomada desde la penumbra de los suburbios que cuando el foco parte de las luces de la opulencia.

El comienzo de un nuevo año nunca es un borrón y cuenta nueva. No obstante, es la oportunidad para una profunda reflexión introspectiva que nos conduzca por senderos menos tortuosos. Tenemos la posibilidad de ser partícipes de una nueva civilización basada en el amor, la justicia, la paz y la solidaridad.  También de alejarnos de la perversidad de la posverdad y del egoísmo que se olvida del nosotros y nos abroquela en el individualismo más dañino.

A la vez, estamos desafiados a abandonar la frivolidad y vivir con alegría la construcción de una sociedad que se vaya convirtiendo en comunidad. Donde nos importe el sufrimiento del otro; donde no seamos impermeables a las causas que postran a tantos hermanos nuestros; donde estemos dispuestos a confrontar, con argumentos y gestos, con los que tratan a las personas como mercancías y también con los gobiernos que proclaman una cosa y afectan con sus acciones a los más débiles. Es decir, a ser partícipes de un cambio positivo y permanente. Cada capítulo de nuestra historia constituye un fenomenal  desafío. Enfrentemos el 2018 con la esperanza activada. Un mundo mejor es posible, con nosotros como protagonistas!.

 

Norberto Rodríguez

Secretario General de la Asociación Cristiana de Jóvenes/YMCA