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Frases con historia

Por Luis Zamar

Hoy nos dedicaremos exclusivamente, a lo que se denominó como el italiano del sur del mundo: el cocoliche.

La inmigración europea a la Argentina, puso en contacto a la lengua castellana, con el italiano y sus dialectos. De esta fusión surgió el cocoliche. La palabra que da nombre a este lenguaje mixto fue tomada del apellido de un actor que integraba la histórica compañía teatral de José Podestá. El hombre, nacido en Calabria, se llamaba Antonio Cuculiccio y hablaba en argentano, una cruza simpatiquísima de su idioma con el nuestro. Cuculiccio se expresaba de un modo tan extraño, que Celestino Petray, otro integrante del Podestá, comenzó a imitarlo, hasta componer el personaje de un calabrés acriollado, que fue éxito de taquilla en la Buenos Aires de la época.

¿Pero lingüísticamente que es el cocoliche? ¿Una jerga, un dialecto, un idioma? En 1984, la RAE lo definió como una jerga. Sin embargo, la característica de la jerga es la necesidad de diferenciarse. Justamente, lo contrario de lo que  intentaban los tanos que buscaban trabajo: integrarse y comunicarse. ¿Pero entonces, es un dialecto? Tampoco, porque el dialecto es una lengua regional. El cocoliche es lo que se denomina una lengua rota: aproximaciones lingüísticas imperfectas, que producen los hablantes de otra lengua en el proceso de aprenderla.

¡Vamos entonces, a algunos a  dichos emparentados!

Bacán

Aunque casi ya no se emplea, podemos escuchar esta palabra en muchísimos tangos de comienzos del siglo XX. “Mina que de puro esquillo, con otro bacán se fue”, dice la letra de Ivette, compuesta por Pascual Contursi. “Hoy sos toda una bacana, la vida te ríe y canta” reza Mano a Mano, el clásico de Celedonio Flores. Del genovés baccan (jefe de familia o patrón), el término alude a una persona adinerada, elegante, amante del buen vivir y que acompañó un fenómeno social: el surgimiento de la clase media y la figura del hombre capaz de darse ciertos lujos y exhibirlos.

Berretín

Una obsesión, un capricho, una esperanza acariciada sin fundamento racional, eso es un berretín. De origen genovés, donde beretín alude a una especie de gorro o sombrero, la creatividad popular nombró así, a los deseos intensos que llevamos en la cabeza. El tango supo recoger esta palabra. Por ejemplo, Niño bien, arranca: “Niño bien, pretencioso y engrupido, que tenés el berretín de figurar”. Esta voz, hoy casi en desuso, también llegó al cine. En 1933 se rodó Los tres berretines, la segunda película argentina de cine sonoro, que narraba tres pasiones porteñas: fútbol, tango y cine.

Chanta

Se trata de la abreviatura de la voz genovesa ciantapuffi, que significa planta clavos; es decir, persona que no paga sus deudas o que no hace bien su trabajo. Pero en nuestro país, cuando le decimos chanta a alguien, nos referimos a que no es confiable o creíble, que es irresponsable o no se compromete. Aunque también se asocia a la picardía, si se emplea para nombrar a aquel que finge y presume, cualidades positivas. En otras palabras, un chanta sería un charlatán, un chamuyero. En cambio, “tirarse a chanta” es abandonar las obligaciones, o como se dice en la actualidad, “hacer la plancha”.

Fiaca

La historia de esta palabra, que todos asociamos a la pereza y desgano, se origina en el habla de los almaceneros de barrio procedentes de Italia. En genovés, fiacún, alude al cansancio provocado por la falta de alimentación adecuada. Y fueron estos comerciantes quienes diseminaron el término que, con el uso coloquial, se transformó en fiaca. Como habrá sido que se instaló, que una de las famosas Aguafuertes porteñas de Roberto Arlt se refiere al tema: “no hay porteño, desde la Boca a Núñez, y desde Núñez a Corrales, que no haya dicho alguna vez: “hoy estoy con fiaca”

Gambeta

Proviene de gamba, que en italiano significa pierna, y es un término que usamos en diferentes contextos. Por ejemplo, “hacer la gamba” es ayudar a otra persona. Claro que, si las cosas no salen bien, decimos que lo que hicimos fue “meter la gamba”. Puntualmente, gambeta refiere a un movimiento de danza que consiste en cruzar las piernas en el aire. Pero en el Río de la Plata funciona como metáfora de otro arte, el fútbol: porque en el campo de juego, gambeta, es el movimiento que hace el jugador, para evitar que el contrario le arrebate la pelota. Por eso, en el uso cotidiano, cuando sorteamos obstáculos, decimos que gambeteamos.

Laburar

Laburar surge naturalmente del verbo lavorare (trabajar en italiano), que a su vez deriva de labor en latín, cuyo significado es fatiga, esfuerzo. La connotación negativa se encuentra también en los orígenes del término en español, ya que trabajar proviene del vocablo latín tripalium, traducido como tres palos: un instrumento de castigo físico que se usaba contra los esclavos. De modo que si bien el laburo dignifica y es salud, el origen de su locución, nos remonta a situaciones que poco tienen que ver con esos significados.

Morfar

Proviene de la palabra italiana morfa, que significa boca. Con el tiempo y el uso, la expresión adquirió nuevos sentidos: padecer, sobrellevar, sufrir: “me morfé cuatro horas de cola”. En el ámbito del deporte, especialmente en el terreno futbolístico, suele emplearse el giro “morfarse la pelota”, algo así como jugar solo, sin pasar el balón a los otros jugadores. Tan instalado estaba el término en la década del 30, que el historietista Guillermo Divito, creó un personaje para la revista Rico Tipo que se llamaba Pochita Morfoni, una señora a la que le gustaba mucho comer.

Pibe

Los rioplatenses suelen utilizar la expresión pibe, como sinónimo de niño o joven. Existen diferentes versiones sobre su origen. La más  difundida señala que proviene del italiano, algunos creen que del lombardo pivello (aprendiz, novato) y otros, que se tomó del vocablo genovés pive (muchacho de los mandados). Pero la explicación española aporta el toque del humor. La palabra pibe, del catalán pevet (pebete) denominaba una suerte de sahumerio, que gracias a la ironía popular y a la subversión del sentido, paso a nombrar a los adolescentes, propensos a los olores fuertes.

Pirarse

Pirarse, es piantarse. Es decir, “irse, tomarse el buque”. Y literalmente así nace este verbo. El piróscafo era un barco a vapor que, en los primeros años del siglo XX, constituía la forma más rápida de viajar de un continente al otro. Por eso, la expresión “tomarse el piro”, empezó a usarse  para decir que alguien se marchaba de un lugar, de manera apresurada. Sin embargo, el tiempo le otorgó otro significado: el que se iba, podía hacerlo alejándose de la realidad: “Está pirado”. “No le digas así, que se pira”. Entonces, pirarse, pasó a ser sinónimo de enloquecer.

Yeta

Significa mala suerte, y se cree que deriva de las palabras napolitanas jettatura (mal de ojos), y de jettatore (hombre maléfico, que con su presencia, produce daño a los demás). En 1904 se estrenó la obra ¡Jettatore! de Gregorio de Laferrere, sobre un hombre con un aura funesta, y desde entonces, los supersticiosos mantienen viva la palabra yeta. Por ejemplo, ante una situación desafortunada, se emplea la expresión “¡Qué yeta!”, en lugar de “¡Qué mala suerte!”. También se dice que alguien es yeta, cuando se sospecha que trae mala suerte, o que está enyetado, cuando todo le sale mal.

Por hoy, cumplimos con el cocoliche. ¿Qué sigue ahora? ¡Hasta la próxima, aún tenemos más!

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