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Frases con historia

Por Luis Zamar

No podríamos dejar pasar el año, sin obviar que en el arcón de la lengua, nos quedaron dos dichos perdidos. ¡Vamos por ellos!

Periquete

Esta voz en desuso se empleaba en forma coloquial, para hacer referencia a un brevísimo espacio de tiempo. Pero en un periquete decidió abandonarnos, y fue suplantado por expresiones del tipo “Llego en un toque”. Como suele suceder, son muchas las teorías sobre el origen de esta simpática palabra, pero la más destacable señala que surgió en el siglo XIX, como la evolución de repiquete (repique rápido de las campanas de las iglesias). La velocidad del repique llevó a asociar al repiquete (y luego el periquete), con lo rapidísimo.

Soplamocos

Si bien el habla popular desarrolló varias palabras para aludir a los golpes en la cara, pocas tienen la gracia y expresividad de soplamocos, un acrónimo etimológicamente literal. Este término coloquial fue usado durante muchas décadas, incluso hay escritos españoles de 1891 que lo contienen. En nuestro país, soplamocos engrosó el vocabulario de todas las madres que, como amenaza para que sus niños se portaran bien, recurrían al lugar común “Te voy a dar un soplamocos”.

Para evitar perder el tiempo, pasaremos ahora a referenciar algunas palabras, que como era de esperar, sufrieron una metamorfosis en el habla de los argentinos.

Bizarro

Probablemente es hoy una de las expresiones más empleadas para aludir a aquello que nos parece extraño o extravagante. Hay ciclos de cine, espacios culturales y hasta un concepto bizarro. En realidad, el uso que le damos actualmente proviene del vocablo bizarre, que en inglés y francés significa, raro. No obstante los diccionarios de la lengua castellana indican que debe utilizarse como sinónimo de valiente. Por eso, la marcha patriótica “A mi bandera, reza  … y llena de orgullo y bizarría, a San Lorenzo se dirigió inmortal….”

Carajo

“Andate al carajo”, “Se fueron al carajo”, “Me importa un carajo”. Por lo general nadie sabe muy bien donde queda, y ninguna persona quiere ir a ese misterioso lugar tan mencionado en este país. Podemos decir que se trata de una decisión acertada. Es que carajo, es el espacio ubicado en la parte más alta de los mástiles de las antiguas carabelas españolas, donde se encontraba una especie de canasta para el vigía. Por entonces, cuando un marinero cometía una infracción, se lo castigaba enviándolo al carajo, por ser la zona más inestable o incómoda del barco.

Evento

Cualquier reunión, fiesta o salida, es para nosotros un evento. Sin embargo, en su origen, esta palabra que deriva del latín eventus (acaecimiento, resultado, acontecimiento, también efecto y salida feliz o exitosa de una situación) se reservaba para designar sucesos no planificados, imprevistos. La caída de un asteroide, por dar un ejemplo. Con el correr del tiempo, y la creciente influencia del inglés (event, evento, acontecimiento), el término en español se convirtió en sinónimo de suceso importante y programado, de carácter social, académico, artístico o deportivo.

Histérica

Las variaciones de sentido que sufrió este término, no son exclusivas del uso popular. La palabra histeria deriva del griego hystear, que significaba útero o matriz. Hasta el siglo XIX, denominaba una supuesta afección, originada en los órganos reproductivos femeninos. El psicoanálisis cambiaría por completo el uso del término y hoy nombra un tipo de neurosis, que es común a ambos géneros. Sin embargo, despectivamente, la expresión histerico se utiliza en la Argentina para criticar a alguien nervioso y malhumorado, o bien, a quien coquetea en demasía, sin concretar sus intenciones amorosas.

Horma

En algunos casos, las palabras mantienen su significado original, a la vez que toman uno nuevo que se naturaliza en el uso cotidiano. Es el caso de horma, que como todos saben, es el instrumento típico que usan los zapateros para preservar la forma de los zapatos, durante su confección. Pero, además, en la Argentina llamamos horma, a la pieza entera de algunos alimentos antes de ser fraccionados para su venta, o consumo: horma de queso, horma de pan, etc. Podríamos decir que horma, es un verdadero argentinismo de doble sentido.

Pitucón

Cuando hablamos de un pitucón, pensamos automáticamente en los parches o piezas de remiendo que se ponen en las prendas de vestir. Salvando algunas excepciones, los pitucones, son hoy utilizados casi con exclusividad, en la ropa de los más chicos para alargar su vida útil. Pero esto no siempre fue así. Algunas décadas atrás, eran los jóvenes elegantes que paseaban por las calles más paquetas de la ciudad, quienes los usaban. De hecho, Así se baila el tango, compuesto por Marvil en 1942, comienza su letra dejando en claro quiénes lo bailaban mejor: “Que saben los pitucos, lamidos y shushetas!”

Quilombo

Sin dudas, es una de las palabras preferidas por los argentinos. La usamos para expresar contundentemente que algo está desordenado, que una situación es complicada o que nuestra vida se está saliendo de eje. Si bien en algún momento fue sinónimo de prostíbulo, la historia marca que quilombo tiene otra raíz. Proviene de una voz homónima portuguesa, que hace referencia a las aldeas que se construyeron en la selva amazónica entre mediados del siglo XVI y principios del XIX, para ser habitadas por africanos que fueron obligados a atravesar el Atlántico y a trabajar como esclavos en América.

Rabioso

Muchas veces, las enfermedades dejan marcas en el inconsciente colectivo, imágenes que luego se traducen en palabras cotidianas, sin que nos demos cuenta. En las décadas del 60 y 70, la Argentina registró numerosos casos de rabia, un virus conocido desde el año 3000 A.C, que afecta tanto a animales como a humanos, y que genera reacciones de violencia extrema, sobre todo en los perros. En el uso cotidiano, el término rabioso toma esta imagen de furia y, a partir de ahí, designa a una persona con un gran sentimiento de hostilidad y enojo.

Vigilante

Si bien en lunfardo es sinónimo de botón o buchón, su origen se remonta a la Antigua Roma. Si, viene de lejos. Los vigiles fueron el primer cuerpo de bomberos de la historia, compuesto por unos 600 esclavos liberados. Creado por el emperador César Augusto, debía combatir uno de los mayores peligros de la época: los incendios. Una curiosidad: se dice que al popular postre denominado fresco y batata se le llama Vigilante, porque era el preferido de los policías del barrio de Palermo, allá por 1920. En las panaderías argentinas, los vigilantes son, por supuesto, otra cosa.

Y para finalizar, 3 clásicos.

Pasar la noche en blanco

La expresión se remonta a la época de los caballeros andantes. Antes de ser armados como tales y salir al mundo en defensa de las causas nobles, los caballeros noveles –como entonces se los llamaba– debían someterse a un ritual que culminaba cuando, con la espada de plano, el soberano o el señor que los apadrinaba, les daba un leve golpe en los hombros o la espalda. La noche anterior a la ceremonia, el candidato permanecía en vela, rezando al pie del altar donde se depositaban sus armas. Éstas recibían el nombre de armas blancas o en blanco, tanto por no haber tenido uso en ninguna empresa de caballería, como por no llevar aún, ninguna divisa en el escudo. A la larga, el calificativo en blanco, acabó por referirse tanto a las armas como a la vigilia. Por eso, cuando hoy un dolor de muelas, o la preparación de un examen nos impide pegar un ojo, decimos que hemos pasado la noche en blanco. La frase ha perdido su fantasía quijotesca, pero conserva un sentido tan válido como en los tiempos heroicos.

Poner en tela de juicio

Expresa, como es sabido, la acción de dudar de algo, dejarlo entre paréntesis a la espera de examinar lo que se dice, y someterlo a prueba. Aunque nos viene de los tribunales, el dicho se remonta a la época de los caballeros medievales también, y nada tiene que ver con la industria textil. La tela que aquí se menciona –plural del latín telum, dardo, palo de una valla- era la empalizada que en los torneos separaba a los rivales que combatían a caballo. Algunas de esas lides se realizaban para someterse al llamado juicio de Dios, mediante el cual se dirimía un derecho. “Poner en tela de juicio”, era entonces llevar a la palestra (un sinónimo de tela) muchos de los pleitos que en los tiempos que corren, habitualmente se ventilarían en un juzgado. Hoy día, la frase ha perdido su saber guerrero. Al oírla, nadie piensa en lanzas ni cabalgaduras. Más bien en individuos desconfiados crónicos, que sistemáticamente ponen todo en tela de juicio. Seres que llevan lo que no les suena familiar, a la palestra de la incredulidad y la sospecha.

Poner las manos en el fuego  

 “Aquel a quien la llama no queme, debe ser creído”, se lee en el más antiguo código hindú. Durante muchos siglos y en las culturas más diversas, fue común recurrir a la prueba del fuego para averiguar si el acusado de un delito grave –como hechicería en la Edad Media- era o no culpable. Las leyes anglosajonas, por ejemplo, establecían cuántos pasos debía caminar el incriminado sosteniendo con las manos, un hierro ardiente de un peso determinado. Si lograba llegar al final sin soltarlo, era proclamado inocente, de lo contario, puesto que el juicio de Dios le había resultado adverso, se lo condenaba a muerte. La frase se emplea hoy para responder de la veracidad o de la conducta de una persona que se considera digna de absoluta confianza. Firmar un aval, salir en defensa de alguien que está más allá de toda sospecha, recomendarlo sin cortapisas, hoy son modos atenuados de poner las manos en el fuego, en tiempos en que ya no rigen aquellos bárbaros procedimientos judiciales. De no ser así, ¿cuántos se animarían a arrimar un solo dedo, aunque apenas se tratara de la llama de un fósforo a punto de apagarse? 

Y con esto nos despedimos. La cercanía del nuevo año, amerita a no cerrar la edición con nuestro tradicional saludo.

Seguramente las circunstancias sobrellevadas en la actual época, no fueron las mejores. Pero, a no bajar los brazos y aunque algunos sientan que están con el caballo cansado por tanto esfuerzo, o no quieran más lola, hay que evitar el patatus y sacar pecho. Dejar de estar con luna y prepararnos para estar pipí cucú en el festejo. ¡Y ojo! Aunque la comida esté de rechupete, cuidarse de no morfar y chupar demasiado. Soportemos sonrientes al que da la lata, al que siempre es el muro de los lamentos y al bacán. La dicha de estar reunidos con familiares y amigos, nos mostrará que el séptimo cielo, no es tan difícil de alcanzar. Muchas felicidades y hasta pronto.

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